jueves, 22 de mayo de 2008

EVA Y MARÍA


Con gran picardía, aunque no se quién,
se inventó dos mitos, sobre la mujer.
Dos mitos distintos; una ideología
La imprudente Eva y la dulce María.

María era tierna, sumisa, obediente.
Abnegada madre y mujer prudente.
Paciente, sufrida, de frágil belleza,
imagen dulzona e intacta pureza.
¿Fue así de verdad aquella mujer
llamada María, la de Nazaret?

De Eva se ha dicho que fue otro percal;
justo el prototipo de mujer fatal.
Muy hermosa y hábil, poco inteligente
y algo vanidosa. Un día una serpiente
subida en árbol le ofreció astuta,
con miles de halagos, comer de la fruta.
Era una manzana fresquita y crujiente.
Eva, ávida y golosa, la mordió impaciente.

Adán la miraba perplejo a su lado,
y ella coquetona le ofreció un bocado.
Él, que estaba ansioso no lo resistió.
Después culpó a Eva de su perdición.

Y ya desde entonces fuimos responsables;
razón y motivo. Únicas culpables,
que el hombre inocente, noble y genuino,
cometa un desliz o algún desatino.

Y, enterrando fueron, con alevosía,
aquellas que fueron Eva y María.

¿Quién dijo que fuera María blandengue?
Ella fue mujer cargada de temple;
de espíritu afable, dispuesta y valiente.
Que sin gimoteo, asumió su suerte.

Huyó embarazada, parió en un establo,
apeló al poder… Y dijo muy claro,
que el rico sería despedido hambriento
y en cambio los pobres hartos y contentos.
¿Dónde están los rasgos de ser mujer tibia,
cándida y dulzona como nos la pintan?

De Eva, las cosas están menos claras;
lo que de ella cuentan, apenas si es nada.
Que comió la fruta y tentó al marido,
rompiendo la norma de lo establecido.
¿Y si en ese gesto está la advertencia,
para que nosotras tomemos conciencia?

Lo que la leyenda dice con su mito,
podrían ser varios mensajes distintos.
Al final se impuso uno, sin razón;
que Eva fue mujer, que perdió al varón.
Se creó un lenguaje sexista, injurioso.
Haciendo mil chistes de fin tendencioso;
lenguaje no claro que daña, que hiere,
allá en lo más hondo de muchas mujeres.

Y tras de milenios de historia pasada,
aún no sabemos, si es cuento de Ada,
leyenda real o fábula ilustrada.
Fuese lo que fuese, el hecho desvela
que ante normas hechas, ella se revela.
Ese es el pecado, que traen y llevan,
que no le perdonan, a la mujer Eva.

jueves, 15 de mayo de 2008

A MI PADRE

soñador de utopías que,
enseñándome a leer,
me abrió puertas y con su vida
me invitó a la búsqueda de lo justo
...
..
Con el poema en tus manos, bajo la vela del patio;
te sientas y, atentamente, lo vas leyendo despacio.
Quiero que encuentres en él, recuerdos de lo vivido;
un relato justo y fiel, de lo que tu vida ha sido.

Lo que a ella preguntaste, al sentirte incomprendido;
aquello que te impusieron, y lo que hubieras querido.
Lo que aceptaste y negaste, cuando asumiste tu sino;
lo que seguiste soñando, sin encontrar el camino…
Arañaré en mis recuerdos, hasta encontrar escondido
aquello que por lejano, lo damos por no vivido.
Cada momento de ayer, quiero revivir contigo,
para apelar, a quién toque, en tu nombre y en el mío.
En el de todos aquellos que fueron desposeídos,
y los que siguen sufriendo la condena del olvido.
No es verdad ese refrán, para el pobre tan hiriente
que dice que; “cada cual, es herrero de su suerte”.

El canto del gallo a ti, ya te cogía en camino
y regresabas de noche, con el grin, grin, de los grillos.
Alimentando utopías; hablando contigo mismo,
preso de tu soledad, caías en el mutismo.
En tu capacha aceitunas, pan, la navaja y tocino
y una botija de agua, a la sombra del olivo…
Y tú, detrás de la yunta, agarrado a la mancera
de aquel arado de palo, ibas labrando la tierra:
Tierra de terratenientes de la baja Andalucía,
que la daban arrendadas, por no dejarla baldía

Y así seguiste viviendo y así seguiste callando…,
Más nadie pudo impedir, que tú siguieras soñando
el inculcarle a los tuyos; como irle despertando,
las ganas de conseguir, lo que le estaban negando.
Y empezaste a enseñarnos, con un afán desmedido,
lo que con miles de esfuerzos llegaste aprender de niño.
De noche, tras de la cena, ya de trabajar cansinos,
nos enseñaste a leer junto a otros niños, vecinos.
Cuentas de las cuatro reglas; dictados del manuscrito;
leer en la enciclopedia; el corregirnos lo escrito…
Hasta llegar a olvidar, no por falta de cariño,
la importancia de los juegos en la vida de los niños.
A pesar de todo hallo, al escrutar el pasado,
miles de hermosos momentos, vividos junto a lado.

Tras las lluvias otoñales, o tormentas de verano,
arco iris en el cielo y nosotros de tu mano
buscábamos las retamas, para preparar la copa.
Jugábamos en la era, con tu bici o una pelota
hecha de tiras de goma, de alguna cámara rota.

Y en las mañanas de invierno, nos solías despertar
cantado viejas canciones de justicia y libertad.
Encendías la candela, con la torna de las mulas,
para tostar las tostadas, en la era casi a oscuras,
que mi madre una a una, telera en mano cortaba.
Quizás como ceremonia para empezar la jornada…
Con el paso de los días, llegaba la primavera
y con ella, nuevamente, la temporada de briega.
La castra del algodón y el cangueo de seguido;
la chasca que destapara el que quedaba escondido.

Con el verano llegaba también, la siega del trigo
y tú, mientras lo trillabas, nos montabas en el trillo;
entre tus piernas sentados y a tus perniles cogidos,
a fuerza de muchas vueltas, nos quedábamos dormidos...
Haciendo un alto en la trilla, nos tomabas en tus brazos
y nos llevaba de prisa, a la sombra del sombrajo.
¡Arduo destino fue el tuyo! pues la vida te obligó
el ser de tus propios hijos; padre, maestro y patrón…

Hay quienes se atreven, aún, por ignorancia o clasismo,
a censurar la rudeza, o acritud, del campesino:
Acritud, que es la impotencia de ese dolor escondido
del hombre, que sin razón, se le condena al olvido:
Aquel, que por no ceder, ante lo injusto, rendido,
ha de vivir ocultando, un ademán contraído,
ante el zigzag de su vida, porque los años le pasan,
en una lucha constante, a veces, casi sin pausa.
Años que parecen siglos, cuando la vida nos sigue
negando, una y mil veces, aquello que se persigue.

Por ello, disfrutas, hoy, de lo mucho conseguido,
a pesar de los pesares, en tus tres cuartos de siglo.
Que tu vejez sea remanso, de un descanso merecido.
Y, aunque lo empañe la duda, ante un sueño perseguido;
por tantos y tantos seres, sin que se haya conseguido,
confía en que tu meta, no quedará en el olvido.
¡Siempre ha venido el siguiente, cuando el anterior se ha ido...!

(Noviembre 1988)

domingo, 11 de mayo de 2008

LA LUNA Y LOS HOMBRES


En las aguas de un mar contaminado
por residuos echados de basura;
residuos que la mar ponen oscura,
la luna muy coqueta se ha mirado.

Al no verse reflejada ha pensado,
¿Dónde esconden las aguas mi hermosura?
Presintió la verdad desde la altura
y tristemente la luna ha llorado.

Maldiciendo al hombre en su locura,
porque su espejo de agua ha destrozado,
en el que ella soñara su aventura,

vivida con un toro enamorado.
A solas con su pena y su amargura
la luna cabizbaja se ha marchado…

jueves, 8 de mayo de 2008

ES UN DÍA CUALQUIERA


Es un día cualquiera de la semana:
y me toca el reloj, por la mañana.
Lo primero que hago es ir al baño,
que es lo que hacemos todos, al levantarnos.
Una vez terminada, esa premisa,
me voy a la cocina, a toda prisa.
Preparo las tostadas, pongo el café.
La leche con cacao… Hago mi te
y algunos bocadillos, para ellos tres.

El primero que marcha es mi marido.
Los niños desayunan, casi dormidos.
Zalamera mi hija dice a mi oído:
“¡Que no te olvides hoy de mi vestido!”
Su hermano que la oye, salta ligero:
“¡Antes que tu vestido son mis vaqueros!”
El tiempo se les pasa; salen corriendo
y yo llena de gozo les voy siguiendo...

Por fin cierro la puerta, quedo parada.
¡Por dónde empiezo, hoy esta jornada!

Me dirijo a los cuartos; abro ventanas;
recojo la cocina; hago las camas…
Voy temprano a la compra, luego al volver,
ya me siento, dispuesta para coser.

Por fin pongo el vestido para probarlo,
y cojo el pantalón para arreglarlo.
El teléfono suena… Voy enseguida;
porque todo es preciso, en esta vida.
Me piden que no falte a la reunión
prevista, sobre el tema de educación.

Después cojo la ropa para planchar,
la que ayer fue imposible de terminar.
Despacio una camisa, yo voy planchando
y siento que mi alma se va llenando
de preguntas, de siempre, que me atormentan,
sin que jamás le encuentre una respuesta.

Se me ocurre una idea. Me quedo quieta;
tomo corriendo el lápiz y la libreta.
Escribo lo que siento, lo que imagino:
lo que busco, y no encuentro, en mi camino.

Una percha colgada, sin la camisa,
me saca de mis sueños de poetisa;
y la luz de la plancha, roja, encendida,
me recuerda de nuevo mi cometida.

Cierro triste el cuaderno; miro el reloj…
¡Tan sólo falta un cuarto para las dos!
Ligera he de pasar la aspiradora,
y ver si ha terminado la lavadora.

Me voy a la nevera, a la despensa;
preparo la comida, pongo la mesa ...
Ay, de aquellos que dicen cuando se casan.
“Mi mujer no trabaja, se queda en casa”.

Uno a uno, por fin, vienen llegando
y entorno a la mesa se van sentando.
Hablamos de mil cosas, sobre ese día,
ellos cuentan las suyas, y yo las mías.

Mi río de ese dicho ya centenario,
que el ser ama de casa es rutinario,
O de aquella que dice, toda arrogante,
que esto de tener hijos, es aliniante.
Y, a cambio nos ofrecen, en una banda,
el repetir mil veces lo que otro manda.

A veces en la vida sólo es cuestión,
de tomar esos dichos con mucho humor
O, de pararte a solas, y valorar,
¡Y, hacer lo que tú creas que valga más!
...

sábado, 3 de mayo de 2008

A MI MADRE...

...De la que aprendí el sentido de lo práctico y el valor de la discreción.
.
De artesanal procedencia, pasaste a ser labriega.
Dejando sobre la silla, enseres de costurera.
Siendo yo niña te vi, y de mayor te recuerdo:
Sobre tu nuca un roete, hecho de tu pelo negro.
Un delantal a tu talle, cogido con lazo al cuello,
hecho de una cinta blanca, que sujetaba su peto.

A veces amanecías cantando como una alondra
cuando lavabas, a mano, al respaldo de la choza.
Y, mientras ibas dejando la pila vacía de ropa
alegre se oía tu voz, envuelta en aquellas coplas.

Pero no siempre cantabas alegre como la alondra,
que a veces te vi llorar, quizás, una pena honda.
Si ayudabas a extender la greña sobre la era,
el sudor te iba bañando tu cara de tez morena.
Y, nosotros reclamando tu cuidado maternal,
mientras tú a tu faena, no le encontrabas final:
el preparar a los pavos, el afrecho con ortiga,
el biberón al borrego, el atender las gallinas,
el cerdo que se soltaba cuando amasabas la harina;
el horno que se pasaba, el hornillón que no ardía...
Esto te desesperaba, porque así tú no podías
tener el almuerzo hecho, al llegar el mediodía.

De noche, junto a la copa, con un quinqué de torcía,
cosiendo casi sin luz, la ropa interior zurcías.
Remendabas pantalones echándole rodilleras,
y a los calcetines rotos los talones y punteras.
Hábilmente conseguías, pelándote las pestañas,
dejar a nuestra medida, la ropa de gente extraña.

El ganado, el trabajo, la familia que crecía...
Aquella vida del campo, más que vivir fue agonía,
trabajando tierra ajena, que arrendada te cedían.
Tierra negra, limpia y llana; fecunda y agradecida.
Nobleza que te invitó a sentirte campesina.
A ser mujer de tarea, desenvuelta y ahorrativa.
Una orden judicial, vino a matar tu alegría,
tenías que abandonar el lugar donde vivías.
De nada sirvieron pleitos, ni ruegos, al que entendía
sólo la ley de la selva, y ésta le favorecía

Camas y sillas al carro empezasteis a cargar;
y un baúl lleno de ropa, que era todo nuestro ajuar.
Aparejos de los mulos, enseres de trabajar...
Pero lo que más pesaba, era el tener que marchar.

Con alegría infantil, sin captar la realidad,
encima de los colchones, nos pusimos a jugar.
Sobre la rueda del carro la perra triste miraba,
ella sí que comprendía lo que a sus amos pasaba.
Una última mirada…, a ver lo que se quedó;
sólo el palomo moruno que en largo vuelo escapó.

Mi padre sobre las varas, echó a los mulos andar
y mirando hacia el vacío no dejaba de
reinar.
Él vio como tú marchabas, sin volver la vista atrás,
ligera, junto a la galga, por si tenías que ayudar.

Y así fue el final de aquello, pero no nuestro final;
nosotros lejos de allí volvimos a comenzar.
Los recuerdos y añoranzas se llegaron a olvidar,
por no haber fin sin comienzo, ni comienzo sin final.

Y así, a trancas y barrancas, con alegría y penar,
hoy has cumplido setenta, y aquellos que cumplirás.
Lo sé, que ya no son veinte, y que a veces todo cuesta,
pero recuerda tus logros cuando te falten las fuerzas;
que esos recuerdos te sirvan, para gozar de la vida
y no para lamentarte por estar vieja y vencida.
Cada mañana temprano, ves al espejo y te miras
y sal afuera arreglada saludando a las vecinas.
Haz feliz y sé feliz, cada minuto del día;
no dejes que la vejez te arrebate la alegría.
Pues mira que la tristeza, es la peor compañía.
...