soñador de utopías que,
enseñándome a leer,
me abrió puertas y con su vida
me invitó a la búsqueda de lo justo
...
..
Con el poema en tus manos, bajo la vela del patio;
te sientas y, atentamente, lo vas leyendo despacio.
Quiero que encuentres en él, recuerdos de lo vivido;
un relato justo y fiel, de lo que tu vida ha sido.
Lo que a ella preguntaste, al sentirte incomprendido;
aquello que te impusieron, y lo que hubieras querido.
Lo que aceptaste y negaste, cuando asumiste tu sino;
lo que seguiste soñando, sin encontrar el camino…
Arañaré en mis recuerdos, hasta encontrar escondido
aquello que por lejano, lo damos por no vivido.
Cada momento de ayer, quiero revivir contigo,
para apelar, a quién toque, en tu nombre y en el mío.
En el de todos aquellos que fueron desposeídos,
y los que siguen sufriendo la condena del olvido.
No es verdad ese refrán, para el pobre tan hiriente
que dice que; “cada cual, es herrero de su suerte”.
El canto del gallo a ti, ya te cogía en camino
y regresabas de noche, con el grin, grin, de los grillos.
Alimentando utopías; hablando contigo mismo,
preso de tu soledad, caías en el mutismo.
En tu capacha aceitunas, pan, la navaja y tocino
y una botija de agua, a la sombra del olivo…
Y tú, detrás de la yunta, agarrado a la mancera
de aquel arado de palo, ibas labrando la tierra:
Tierra de terratenientes de la baja Andalucía,
que la daban arrendadas, por no dejarla baldía
Y así seguiste viviendo y así seguiste callando…,
Más nadie pudo impedir, que tú siguieras soñando
el inculcarle a los tuyos; como irle despertando,
las ganas de conseguir, lo que le estaban negando.
Y empezaste a enseñarnos, con un afán desmedido,
lo que con miles de esfuerzos llegaste aprender de niño.
De noche, tras de la cena, ya de trabajar cansinos,
nos enseñaste a leer junto a otros niños, vecinos.
Cuentas de las cuatro reglas; dictados del manuscrito;
leer en la enciclopedia; el corregirnos lo escrito…
Hasta llegar a olvidar, no por falta de cariño,
la importancia de los juegos en la vida de los niños.
A pesar de todo hallo, al escrutar el pasado,
miles de hermosos momentos, vividos junto a lado.
Tras las lluvias otoñales, o tormentas de verano,
arco iris en el cielo y nosotros de tu mano
buscábamos las retamas, para preparar la copa.
Jugábamos en la era, con tu bici o una pelota
hecha de tiras de goma, de alguna cámara rota.
Y en las mañanas de invierno, nos solías despertar
cantado viejas canciones de justicia y libertad.
Encendías la candela, con la torna de las mulas,
para tostar las tostadas, en la era casi a oscuras,
que mi madre una a una, telera en mano cortaba.
Quizás como ceremonia para empezar la jornada…
Con el paso de los días, llegaba la primavera
y con ella, nuevamente, la temporada de briega.
La castra del algodón y el cangueo de seguido;
la chasca que destapara el que quedaba escondido.
Con el verano llegaba también, la siega del trigo
y tú, mientras lo trillabas, nos montabas en el trillo;
entre tus piernas sentados y a tus perniles cogidos,
a fuerza de muchas vueltas, nos quedábamos dormidos...
Haciendo un alto en la trilla, nos tomabas en tus brazos
y nos llevaba de prisa, a la sombra del sombrajo.
¡Arduo destino fue el tuyo! pues la vida te obligó
el ser de tus propios hijos; padre, maestro y patrón…
Hay quienes se atreven, aún, por ignorancia o clasismo,
a censurar la rudeza, o acritud, del campesino:
Acritud, que es la impotencia de ese dolor escondido
del hombre, que sin razón, se le condena al olvido:
Aquel, que por no ceder, ante lo injusto, rendido,
ha de vivir ocultando, un ademán contraído,
ante el zigzag de su vida, porque los años le pasan,
en una lucha constante, a veces, casi sin pausa.
Años que parecen siglos, cuando la vida nos sigue
negando, una y mil veces, aquello que se persigue.
Por ello, disfrutas, hoy, de lo mucho conseguido,
a pesar de los pesares, en tus tres cuartos de siglo.
Que tu vejez sea remanso, de un descanso merecido.
Y, aunque lo empañe la duda, ante un sueño perseguido;
por tantos y tantos seres, sin que se haya conseguido,
confía en que tu meta, no quedará en el olvido.
¡Siempre ha venido el siguiente, cuando el anterior se ha ido...!
(Noviembre 1988)