(Jesuita comprometido con la vida)
La dejé para luego, y se ha hecho tarde,
la carta que debiera haberte escrito.
El pesar que ahora siento es infinito
Todo mi ser se niega a decirte adiós
y desde ayer, que supe que habías “partido”,
martillea en mi mente: ¿por qué te has ido?
Cuando tú alimentabas miles de sueños
te sorprendió el misterio, llamado muerte.
¿Por qué contigo ha sido tan impaciente?
A ti, que nadie pudo cambiarte el rumbo;
que ni las más férreas leyes te doblegaron.
Te ha vencido sin más, un corazón cansado.
A tu espíritu noble, justo y rebelde,
ni cárceles ni jueces le sometieron;
pero a tu corazón, si que lo hirieron.
La vejación del hombre era una espina,
que hurgaba en tus entrañas, como ninguna,
de cuantas te clavaban, una por una.
Tú fuiste el navegante, que no abandona
el timón de su barco, ante las rocas.
Ex cátedra la palabra, era en tu boca.
De seres marginados, fuiste esperanza.
Del joven insumiso fuiste sostén.
Y un volcán de utopía, era tu fe.
Los rasgos del linaje, tan de tu clase,
grabado como a fuego en tu semblante.
En recia mansedumbre los transformaste.
Para el que sólo cree en la materia,
tu testimonio ha sido, algo insondable.
Por tu espíritu austero, limpio y afable.
La muerte te encontró, como viviste,
abrazado a tu cáliz; de pie y erguido.
Hasta caer al suelo, los dos fundidos…
Dicen que a tu sepelio fue la utopía;
Que en la boca de otros se hizo expresión
Y, ya huérfana de ti, triste lloró...
La congoja me ahoga, llorar no quiero;
porque lo tuyo Juan, nunca fue el llanto.
Redimir del dolor, fue tu quebranto.
Ante este gran enigma algo me dice,
y una esperanza firme crece conmigo,
que aunque no sepa cómo…, ¡tú sigues vivo!
Y en mi interior se alza un sentimiento
que, quizás por locura, a otros espanta
¡Yo sé que tú podrás leer mi carta!
(julio del 94)