domingo, 24 de mayo de 2009

NO TE RINDAS


(La lectura de este poema de
Mario Benedetti

me llena de fuerza y esperanza.
Por ello quiero recordarlo
a su
muerte)



No te rindas, aún estas a tiempo
de alcanzar y comenzar de nuevo,
aceptar tus sombras, enterrar tus miedos,
liberar el lastre, remontar el vuelo.


No te rindas, que la vida es eso:

Continuar el viaje, perseguir tus sueños,
destrabar el tiempo, correr los escombros
y destapar el cielo.


No te rindas, por favor no cedas.

Aunque el frío queme, aunque el miedo muerda,
aunque el sol se esconda, y se calle el viento,
hay fuego en tu alma, y hay vida en tus sueños.

Porque la vida es tuya y tuyo el deseo
porque lo has querido y porque te quiero.


Porque existe el vino, y el amor, es cierto.

Porque no hay heridas que no cure el tiempo.

Abrir las puertas, quitar los cerrojos,
saltar las murallas que te protegieron
vivir la vida y aceptar el reto.

Recuperar la risa, ensayar el canto,
bajar la guardia y extender las manos,
desplegar las alas e intentar de nuevo,
celebrar la vida y retomar los cielos.


No te rindas, por favor no cedas.

Aunque el frío queme, aunque el miedo muerda,
aunque el sol se esconda, y se calle el viento,
hay fuego en tu alma, y hay vida en tus sueños.

Porque cada día es un comienzo nuevo.

Porque esta es la hora y el mejor momento.

Porque no estas sola. Porque yo te quiero…


Mario Benedetti

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viernes, 8 de mayo de 2009

RECORDANDO A UN POETA


Querido amigo Vega,

En este pasado mes de abril hubieras cumplido 95 años y también, en ese mismo mes, se ha cumplido un año que dejaras de estar entre nosotros para siempre. ¡Una vida tan larga y una despedida tan corta! Tan corta, que no nos diste tiempo a decirte adiós.

En ese mismo mes de abril, nos habías llamado un tanto agobiado; te mudabas a casa de tu hija y no sabías que hacer con tantos libros.

El abandonar tu casa y el desprenderte de tus libros, no te resultaba fácil.

Nosotros estaríamos fuera tres semanas y te prometí que en cuanto regresáramos del viaje, pasaríamos por Córdoba a visitarte. Al volver te llamé de inmediato, pero tú ya te habías ido…

Durante este año he repasado más de una vez tus interminables cartas y muchos de tus poemas, de forma especial “Tras el perdón impetrado por la Iglesia”. Un poema que me sigue conmoviendo como la primera vez que lo leí: un testimonio de la tremenda injusticia que se cometió contigo. Porque, como dices en tu poema, te robaron “cosas de un valor inmenso”; te robaron la propia vida.

La soledad y zozobra por la que pasaste en la cárcel también se plasma en el sarcasmo con que escribes sobre las moscas que incordiaban la quietud de tu celda:


(…) Y no obstante, ¿no sería
su ausencia una impiedad?

Nadie nos molestaría,
pero… ¿Quién aliviaría
nuestra triste soledad?


¡“Mátalas”! ¿Quién dice eso…?

Alguien que no ha estado preso.

-¡Ah!, tal vez así proceda

quién dicha o amor barrunta.

Pero el cautivo pregunta:

Si la mato… ¿Qué me queda?


La prisión fue una cruel pesadilla que nunca olvidaste. A pesar de ello supiste aprovechar lo poco que una realidad así, puede tener de aprovechable, y allí estudiaste, escribiste y mantuviste tu dignidad de forma integra. A pesar de ello jamás pudiste creer en la cárcel como medio de superación humana:


(…) La cárcel es… lo imprevisto.
Eso que jamás se olvida
y que aturde el pensamiento
como se turban las almas
al soñar un mal ensueño.

La cárcel puede ser drama,
“sainete”, “comedia” o “cuento”.

Todo depende del hombre
que sabe o no sabe serlo:
de su fuerza, su carácter
o… de su conocimiento. (…)
,


La cárcel… ¿Cómo explicaros
lo que yo mismo no entiendo?

Yo no creo en las prisiones
ni en el rigor de sus métodos:

¡Al hombre no se le gana
con la fuerza ni el desprecio! …”


Por ello a ti no te ganaron jamás. Te fugaste y pasaste a Francia pero al regresar te volvieron a detener… Entonces entendiste que ya no habría escapatoria posible y te inventaste otra forma de “fuga”: el trabajo, el estudio, la poesía…


“ (…) ¡Yo me fugué de la cárcel!

Rompí el rigor de sus hierros
y en un veloz “Rocinante”
de amplio galopar secreto.

Conquisté mi libertad
por un camino de versos…


Por esos “milagros” que ocurren en las dictaduras,- sin que nadie sepa cómo-, tus poemas salían de tu celda y “volaban” de mano en mano, mi padre, cuando los recibía los escondía en el fondo de la tierra. El miedo al riesgo era grande, pero las ganas de leerlos era más grande que el miedo. Creo que el primer poema que yo leí, fue tuyo.


Mis padres hablaban tanto de ti, que en casa eras “el amigo Veguita”. Una vez al

Año, mi padre salía en bici, casi de madrugada, y volvía entrado el atardecer.

Por la noche yo oía sus cuchicheos con mi madre hablando de ti; sabían que a nuestra edad, era mejor que no supiéramos algunas cosas: ¿Cómo íbamos a entender nosotros que tú estuvieras preso? Sabíamos que mi padre iba a verte, pero nunca imaginamos que fuera a la cárcel; eso lo supimos y entendimos más tarde.


Amediados de la década de los sesentas, se recibió en casa la noticia de tu puesta en libertad. Por fin había sido beneficiado con una reducción de condena. Fuera, te esperaban muchos amigos y, sobre todo, la mujer que enamoraste aún desde la cárcel; tu compañera inseparable hasta el final de sus días.

Una vez libre, hubiste de vivir una segunda condena; la “marca” del expreso y la soledad del poeta que sueña con alcanzar las estrellas desde el fangal de la vida.


¡Y yo sólo fui poeta
y el poeta es siempre preso!

Con el alma en las estrellas
y los pies rozando el cieno,
el juglar sacia con lágrimas
su amarga sed de silencio…”


Ni el tiempo ni la cárcel, consiguieron enfriar aquella amistad vuestra de jóvenes soñadores. Por fin, un día conocimos al “amigo Veguita”.

En este momento repaso uno de tus libros. En él encuentro notaciones de mi padre,- eso que era tan común en él, para señalar aquello que más le gustaba-, y una dedicatoria tuya: “A mi buen amigo Curro a quien sinceramente aprecio con ese afecto que nace en la niñez y dura hasta la muerte…” Y…, así fue y así consta en tu poema tras su muerte:


(…) Y he sentido las sales de unas lágrimas
que no quise jamás llorar contigo.

Son esas lágrimas que el hombre oculta
por el pudor de unos dolores íntimos…


Más hoy –cuando te has ido para siempre
y eres ya sólo un hito en el olvido-
he querido dejar junto a tu cruz
solitaria de un último suspiro,
ese difícil “as” de corazones
que le ganaste a un corazón amigo…!”


Después de marcharse mi padre y a pesar de la distancia y la edad, mantuvimos el contacto; a ti te gustaba hablar de él y a mí escucharte.

Entre todas las historias que me conteste, hubo una que me confirmó, una vez más, la grandeza de vuestra amistad: la de tu traslado a El Penal del Puerto.

Mi padre,- sabedor de que el tren harían una breve parada en La Estación del Cuervo,- te esperaba allí “negociando con un Guardia Civil, para que le dejara entregarte un paquete de tabaco: Mi padre, la persona más antitabaco que he conocido en mi vida, corriendo el riesgo que suponía presentarse como amigo de un preso político, por entregarte un paquete de tabaco.


Por todo ello, mis letras quieren ser un homenaje a vuestra amistad. Una denuncia a tan injusta realidad. Un reconocimiento a vuestros principios inamovibles. Un testimonio de apoyo en la Recuperación de la Memoria Histórica… Esa memoria vuestra memoria y de muchas otras personas, injustamente tratadas por los que vencieron.

Segura de que el testimonio de tu poema dará fuerza y veracidad a mis palabras, recibes, como tú nos decías en tus últimas cartas: “Un abrazo y mi cariño sincero e invariable”,


Antonia


TRAS EL PERDÓN IMPETRADO POR LA IGLESIA



(Alegato de un poeta que permaneció durante

veinticinco años prisionero en el penal del Puerto)

De Cristóbal Vega Álvarez


¡Me han robado, señor Juez

Me han quitado mi tesoro
con todas las agravantes,
señor: con saña y con odio!


Ladrones de “guante blanco”
disfrazados de cristianos,
oculto tras las parábolas
de unos evangelios falsos,
asaltaron los fortines
de mis mundos intocados…


¡…Y se lo llevaron todo!

¡todo señor Juez! Mi sol…

¡Mis lunas…! ¡Mi sueño en blanco…!

Las geniales fantasías
del joven enamorado,
y esas nobles ilusiones
que se tienen de muchacho.


Más que robo, señor juez,
aquello fue… ¡asesinato!

¡Porque no sólo se mata
cuando se mata matando!


A mí, señor, me han robado
cosas de un valor inmenso:
¿cuánto vale una ilusión?

Piense: ¡cuánto vale un sueño?

¿Cuánto una puesta de sol,
o la delicia de un beso…?


¡Tome nota, señor juez,
al incoar el proceso
y vaya usted calculando
la cuantía del siniestro!


Sume todo lo perdido
y multiplíquelo luego
por ese cúmulo de años,
hasta llegar al completo.


¡Que fueron muchos, señor,
los años de cautiverio,
sumidos en las ergástulas
del peor de los infiernos!


Y es que si todo se salda
con el arrepentimiento;

¡pues que salden esta cuenta

¡y me devuelvan mi tiempo!


No se equivoque, señor,
ni trastoque los conceptos:

Veinticinco años allí

son… ¡CASI UN SIGLO COMPLETO!