(La lectura de este poema de
Mario Benedetti me llena de fuerza y esperanza.
Por ello quiero recordarlo
a su muerte)
No te rindas, aún estas a tiempo
de alcanzar y comenzar de nuevo,
aceptar tus sombras, enterrar tus miedos,
liberar el lastre, remontar el vuelo.
No te rindas, que la vida es eso:
Continuar el viaje, perseguir tus sueños,
destrabar el tiempo, correr los escombros
y destapar el cielo.
No te rindas, por favor no cedas.
Aunque el frío queme, aunque el miedo muerda,
aunque el sol se esconda, y se calle el viento,
hay fuego en tu alma, y hay vida en tus sueños.
Porque la vida es tuya y tuyo el deseo
porque lo has querido y porque te quiero.
Porque existe el vino, y el amor, es cierto.
Porque no hay heridas que no cure el tiempo.
Abrir las puertas, quitar los cerrojos,
saltar las murallas que te protegieron
vivir la vida y aceptar el reto.
Recuperar la risa, ensayar el canto,
bajar la guardia y extender las manos,
desplegar las alas e intentar de nuevo,
celebrar la vida y retomar los cielos.
No te rindas, por favor no cedas.
Aunque el frío queme, aunque el miedo muerda,
aunque el sol se esconda, y se calle el viento,
hay fuego en tu alma, y hay vida en tus sueños.
En este pasado mes de abril hubieras cumplido 95 años y también, en ese mismo mes, se ha cumplido un año que dejaras de estar entre nosotros para siempre. ¡Una vida tan larga y una despedida tan corta! Tan corta, que no nos diste tiempo a decirte adiós.
En ese mismo mes de abril, nos habías llamado un tanto agobiado; te mudabas a casa de tu hija y no sabías que hacer con tantos libros.
El abandonar tu casa y el desprenderte de tus libros,no te resultaba fácil.
Nosotros estaríamos fuera tres semanas y te prometí que en cuanto regresáramos del viaje, pasaríamos por Córdoba a visitarte. Al volver te llamé de inmediato, pero tú ya te habías ido…
Durante este año he repasado más de una vez tus interminables cartas y muchos de tus poemas, de forma especial “Tras el perdón impetrado por la Iglesia”. Un poema que me sigue conmoviendo como la primera vez que lo leí: un testimonio de la tremenda injusticia que se cometió contigo. Porque, como dices en tu poema, te robaron “cosas de un valor inmenso”;te robaron la propia vida.
La soledad y zozobra por la que pasaste en la cárcel también se plasma en el sarcasmo con que escribes sobre las moscas que incordiaban la quietud de tu celda:
(…) Y no obstante, ¿no sería
su ausencia una impiedad?
Nadie nos molestaría,
pero… ¿Quién aliviaría
nuestra triste soledad?
¡“Mátalas”!¿Quién dice eso…?
Alguien que no ha estado preso.
-¡Ah!,tal vez así proceda
quién dicha o amor barrunta.
Pero el cautivo pregunta:
Si la mato… ¿Qué me queda?
La prisión fue una cruel pesadilla que nunca olvidaste.A pesar de ello supiste aprovechar lo poco que una realidad así, puede tener de aprovechable, y allí estudiaste, escribiste y mantuviste tu dignidad de forma integra.A pesar de ello jamás pudiste creer en la cárcel como medio desuperación humana:
(…) La cárcel es… lo imprevisto.
Eso que jamás se olvida
y que aturde el pensamiento
como se turban las almas
al soñar un mal ensueño.
La cárcel puede ser drama,
“sainete”, “comedia” o “cuento”.
Todo depende del hombre
que sabe o no sabe serlo:
de su fuerza, su carácter
o… de su conocimiento. (…),
La cárcel… ¿Cómo explicaros
lo que yo mismo no entiendo?
Yo no creo en las prisiones
ni en el rigor de sus métodos:
¡Al hombre no se le gana
con la fuerza ni el desprecio! …”
Por ello a ti no te ganaron jamás.Te fugaste y pasaste a Francia pero al regresar te volvieron a detener… Entonces entendiste que ya no habría escapatoria posible y te inventaste otra forma de “fuga”:el trabajo, el estudio, la poesía…
“ (…) ¡Yo me fugué de la cárcel!
Rompí el rigor de sus hierros
y en un veloz “Rocinante”
de amplio galopar secreto.
Conquisté mi libertad
por un camino de versos…
Por esos “milagros” que ocurren en las dictaduras,- sin que nadie sepa cómo-, tus poemas salían de tu celda y “volaban” de mano en mano, mi padre, cuando los recibía los escondía en el fondo de la tierra.El miedo al riesgo era grande, pero las ganas de leerlos era más grande que el miedo.Creo que el primer poema que yo leí, fue tuyo.
Mis padres hablaban tanto de ti, que en casa eras “el amigo Veguita”.Una vez al
Año, mi padre salía en bici, casi de madrugada, y volvía entrado el atardecer.
Por la noche yo oía sus cuchicheos con mi madre hablando de ti; sabían que a nuestra edad, era mejor que no supiéramos algunas cosas: ¿Cómo íbamos a entender nosotros que tú estuvieras preso? Sabíamos que mi padre iba a verte, pero nunca imaginamos que fuera a la cárcel; eso lo supimos y entendimos más tarde.
Amediados de la década de los sesentas, se recibió en casa la noticia de tu puesta en libertad. Por fin había sido beneficiado con una reducción de condena. Fuera, te esperaban muchos amigos y, sobre todo, la mujer que enamoraste aún desde la cárcel; tu compañera inseparable hasta el final de sus días.
Una vez libre, hubiste de vivir una segunda condena; la “marca” del expreso y la soledad del poeta que sueñacon alcanzar las estrellas desde el fangal de la vida.
¡Y yo sólo fui poeta
y el poeta es siempre preso!
Con el alma en las estrellas
y los pies rozando el cieno,
el juglar sacia con lágrimas
su amarga sed de silencio…”
Ni el tiempo ni la cárcel, consiguieron enfriar aquella amistad vuestra de jóvenes soñadores.Por fin, un día conocimos al “amigo Veguita”.
En este momento repaso uno de tus libros. En él encuentro notaciones de mi padre,- eso que era tan común en él, para señalar aquello que más le gustaba-,y una dedicatoria tuya: “A mi buen amigo Curro a quien sinceramente aprecio con ese afecto que nace en la niñez y dura hasta la muerte…”Y…, así fue y así consta en tu poema tras su muerte:
(…) Y he sentido las sales de unas lágrimas
que no quise jamás llorar contigo.
Son esas lágrimas que el hombre oculta
por el pudor de unos dolores íntimos…
Más hoy –cuando te has ido para siempre
y eres ya sólo un hito en el olvido-
he querido dejar junto a tu cruz
solitaria de un último suspiro,
ese difícil “as” de corazones
que le ganaste a un corazón amigo…!”
Después de marcharse mi padre y a pesar de la distancia y la edad, mantuvimos el contacto;a ti te gustaba hablar de él y a mí escucharte.
Entre todas las historias que me conteste,hubo una que me confirmó, una vez más,la grandeza de vuestra amistad: la de tu traslado a El Penal del Puerto.
Mi padre,- sabedor de que el tren harían una breve parada en La Estación del Cuervo,- te esperaba allí “negociando con un Guardia Civil, para que le dejara entregarte un paquete de tabaco:Mi padre, la persona más antitabaco que he conocido en mi vida, corriendo el riesgo que suponía presentarse como amigo de un preso político, por entregarte un paquete de tabaco.
Por todo ello, mis letras quieren ser un homenaje a vuestra amistad. Una denuncia a tan injusta realidad.Un reconocimiento a vuestros principios inamovibles.Un testimonio de apoyo en la Recuperación de la Memoria Histórica… Esa memoria vuestra memoria y de muchas otras personas, injustamente tratadas por los que vencieron.
Segura de que el testimonio de tu poema dará fuerza y veracidad a mis palabras, recibes, como tú nos decías en tus últimas cartas:“Un abrazo y mi cariño sincero e invariable”,
veinticinco años prisionero en el penal del Puerto)
De Cristóbal Vega Álvarez
¡Me han robado, señor Juez
Me han quitado mi tesoro
con todas las agravantes,
señor: con saña y con odio!
Ladrones de “guante blanco”
disfrazados de cristianos,
oculto tras las parábolas
de unos evangelios falsos,
asaltaron los fortines
de mis mundos intocados…
¡…Y se lo llevaron todo!
¡todo señor Juez!Mi sol…
¡Mis lunas…! ¡Mi sueño en blanco…!
Las geniales fantasías
del joven enamorado,
y esas nobles ilusiones
que se tienen de muchacho.
Más que robo, señor juez,
aquello fue… ¡asesinato!
¡Porque no sólo se mata
cuando se mata matando!
A mí, señor, me han robado
cosas de un valor inmenso:
¿cuánto vale una ilusión?
Piense: ¡cuánto vale un sueño?
¿Cuánto una puesta de sol,
o la delicia de un beso…?
¡Tome nota, señor juez,
al incoar el proceso
y vaya usted calculando
la cuantía del siniestro!
Sume todo lo perdido
y multiplíquelo luego
por ese cúmulo de años,
hasta llegar al completo.
¡Que fueron muchos, señor,
los años de cautiverio,
sumidos en las ergástulas
del peor de los infiernos!
Y es que si todo se salda
con el arrepentimiento;
¡pues que salden esta cuenta
¡y me devuelvan mi tiempo!
No se equivoque, señor,
ni trastoque los conceptos:
En mi oración te ofrezco
todos mis sueños.
Mis penas y mis dudas;
mi firme empeño.
Mi esperanza en el ser,
envuelta en miedos.
Mi dolor porque a veces
quiero y no puedo.
Mi pudor porque otras
puedo y me niego.
Mi espíritu rebelde
y cuanto intuyo.
Mi indómito carácter,
mi necio orgullo.
Mis limites al ver
que no consigo,
amar, como tu dices,
al enemigo.
Mi dolor de mujer
discriminada
e incluso en tu nombre,
enajenada.
Por el fuero eclesial,
que tu palabra,
entre normas y ritos
tienen atada.
A veces me debato,
sola conmigo,
por callar lo que debo
decir a gritos.
O no callar a tiempo
cosas que digo.
Junto a esa desazón,
por mi impotencia,
yo te ofrezco mi gozo.
Porque la inercia,
nunca fue compañera
de mis fatigas.
Ni me impidió nadar
corriente arriba.
Abrigando esperanzas,
dicen que locas.
Espero, y lo que espero
sontantas cosas;
que a veces me pregunto,
si es osadía
el seguir hoy soñando
con tu utopía.
Aquella que anunciaste
con tu venida:
Justicia, paz, amor,
ternura, vida…
Redimir del dolor
al oprimido.
Devolver la esperanza
al afligido…
Pero,…
yo se que tú me quieres;
y eso me alivia.
Insumisa y tozuda
antes que tibia.
A mares lloran las aguas al paso por el estrecho, porque sin quererlo ahogan, en sus entrañas, los sueños de los que no tienen más que la miseria o el riesgo.
¡Ay, como siente mi alma!
Y como duele en mi pecho,
esa pena de las aguas al paso por el estrecho.
Las fronteras se les abren a quienes tienen dinero; pero en cambio se le cierran, hasta con vayas de acero, a los que quieran pasarla siendo pobres y morenos.
¡Ay, como hiere en mi alma!
Y como oprime mi pecho,
esa pena de las aguas al paso por el estrecho.
Por ello es que con las aguas yo también quiero llorar;
Quién no ha soñado de niño con ser príncipe
o, de joven con cambiar los preceptos.
Quién no creyó poder cambiar el mundo
y reído, más tarde, de sus sueños,
Quién no ha juzgado alguna vez al joven
olvidándose que antes lo fue él.
Quién no burló consejos paternales
considerándolos demencias de vejez.
Quién no perdió, alguna vez, el tren
y al verlo alejarse, con tristeza,
sentir que algo suyo se le iba.
Maldiciendo su suerte o su torpeza.
Quién no opinó un día sin pensar
que era mejor, mil veces, el silencio.
Quién no calló, lo que debió gritar,
por ignorancia, complicidad o miedo.
Quién no retó, un día, convencido
de que tenía consigo la verdad
y, más tarde, descubrir ruborizado
y perplejo, su gran temeridad.
Quién no ha querido morir alguna vez
desecho por la pena o el tormento.
Quién no ha buscado la soledad total
unos días, unas horas, un momento…
Quién no ha gozado a veces inconsciente
y arrepentido, más tarde, ha llorado.
Quién no ha querido estrangular el tiempo
para borrar secuencias del pasado.
Quién no ha aspirado… En fin, ¡a tantas cosas!
Y puesto en lograrlas tal empeño
que ha llegado a confundir la realidad,
con el efecto ilusionante de los sueños…
Necesito escribir lo que pienso y me gusta creer lo que escribo. Mis poemas son borbollones de sentimientos sobre lo que vivo, observo, intuyo, sueño, me duele… Soy así, por voluntad propia e influencia ajena. Mis límites son, los míos y los impuestos. Me gusta la comunicación, pero amo mi independencia. Me gusta soñar, pero no dormirme. Me indignan los estereotipos sobre la mujer, y me irritan las mujeres que los legitiman con su conducta. La injusticia me indigna, La indiferencia me entristece, La mentira me sonroja, La maldad me deja sin palabras, El altruismo me interroga, La irresponsabilidad me desorienta, La nobleza alimenta mi esperanza…